Tegucigalpa, Honduras – La madrugada del viernes 13 de diciembre de 2024 quedó marcada por dos atentados contra el alcalde del Distrito Central, Jorge Aldana. Este ataque no solo es un acto condenable de violencia política, sino también un reflejo de las tensiones que atraviesa el país, particularmente en un contexto donde sectores opositores temen perder el control político de la alcaldía capitalina, una posición que dominaron por más de 40 años.
Según informes preliminares, el primer ataque ocurrió en la colonia Centroamérica, donde sujetos armados interceptaron al edil, siendo repelidos por su equipo de seguridad. Un segundo intento de asesinato se registró poco después en la colonia 21 de Octubre, donde al menos cuatro hombres en motocicletas esperaron al alcalde y desataron una nutrida balacera. Afortunadamente, Aldana salió ileso de ambos incidentes, protegido por la acción oportuna de su equipo de seguridad.
El jefe de seguridad de la Alcaldía, Óscar Suazo, confirmó que el alcalde está fuera de peligro y que las autoridades correspondientes ya investigan los hechos. Por su parte, Jorge Aldana se pronunció en sus redes sociales, agradeciendo a Dios y a su equipo por protegerlo. “Agradezco a todos por sus mensajes, gracias a Dios el equipo que me acompañaba y yo estamos bien. Dios es bueno”, expresó.
Sin embargo, este atentado va más allá de un ataque individual. Es un síntoma de una problemática más amplia: la escalada de la violencia política en Honduras, un fenómeno que ha ganado terreno desde el golpe de Estado de 2009 y que amenaza con socavar aún más la democracia en el país.
La violencia política: un mal persistente en Honduras
Honduras enfrenta una larga historia de violencia política, marcada por hitos que han debilitado las instituciones democráticas y han fomentado un clima de incertidumbre y temor. El golpe de Estado de 2009, que derrocó al presidente Manuel Zelaya, no solo rompió el orden constitucional, sino que también inauguró una era de polarización política y represión. Este evento sentó un peligroso precedente de impunidad y violencia como herramienta política, lo que aún se refleja en la actualidad.
El fraude electoral de 2017 profundizó esta crisis. En aquellas elecciones, ampliamente cuestionadas por la comunidad internacional, la reelección de Juan Orlando Hernández estuvo rodeada de denuncias de manipulación, irregularidades y protestas que dejaron decenas de muertos. La falta de justicia para las víctimas y la validación de los resultados por parte de las autoridades debilitaron aún más la confianza en el sistema electoral y legitimaron la violencia como respuesta a los conflictos políticos.
En 2021, un nuevo episodio de violencia política se vivió cuando David Chávez, entonces líder del Partido Nacional en Tegucigalpa, irrumpió violentamente en el Consejo Nacional Electoral (CNE). Este acto fue una demostración de la tensión y agresividad que dominaban el panorama político, en un intento de ejercer presión sobre las decisiones del órgano electoral. Estos eventos, lejos de ser incidentes aislados, son evidencia de cómo la violencia se ha normalizado en la política hondureña.
Atentado a Aldana: represalias y miedo político
El ataque contra Jorge Aldana no puede analizarse de forma aislada. Fuentes cercanas al Comité Central del Partido Liberal (CCEPL) apuntan a que este atentado podría ser una represalia de sectores opositores ante el temor de que Aldana logre la reelección en 2025, consolidando así un control de la alcaldía capitalina que por décadas estuvo en manos de otras fuerzas políticas. La pérdida de esta posición estratégica no solo significaría un revés político para la oposición, sino también una derrota simbólica tras años de hegemonía.
Aldana ha liderado una gestión que, aunque criticada por sus detractores, ha ganado apoyo popular, lo que lo posiciona como uno de los favoritos para las elecciones municipales. Esta amenaza para los intereses de sectores opositores podría haber motivado los intentos de asesinato, como una estrategia desesperada para frenar su avance.
La violencia política en Honduras no solo proviene de disputas ideológicas, sino también de la creciente influencia del crimen organizado en las decisiones políticas. En los últimos años, las investigaciones internacionales han sacado a la luz vínculos entre políticos hondureños y el narcotráfico. Un caso emblemático es el juicio en Nueva York que involucra a diputados del Partido Liberal con redes criminales.
Videos y testimonios presentados en este juicio revelaron negociaciones entre dirigentes liberales de los movimientos de Salvador Nasralla y Jorge Cálix con narcotraficantes. Estos encuentros, según las pruebas, buscaban asegurar la presidencia del Congreso Nacional durante el período 2018-2022 a cambio de favores para el crimen organizado. Estos señalamientos no solo manchan la imagen de los implicados, sino que también exponen cómo el crimen ha infiltrado las estructuras políticas del país.
Esta relación entre política y crimen organizado no puede desvincularse del atentado contra Jorge Aldana. La lucha por el control de la alcaldía capitalina, una posición clave tanto política como económicamente, podría estar motivada no solo por intereses partidarios, sino también por la protección de redes de poder que ven amenazados sus privilegios.
Condena y llamado a la justicia
El atentado contra Jorge Aldana debe ser condenado enérgicamente por todos los sectores de la sociedad. La violencia política no solo pone en peligro la vida de los funcionarios públicos, sino que también amenaza la estabilidad democrática del país. Los ataques contra figuras políticas son un intento de intimidación que busca silenciar voces y frenar el avance de proyectos que desafían intereses establecidos.
Es fundamental que las autoridades investiguen a fondo este caso y lleven a los responsables ante la justicia. Además, debe abrirse un debate serio sobre las causas estructurales de la violencia política en Honduras, incluyendo la impunidad, la corrupción y los vínculos entre el crimen organizado y la política. Sin abordar estas raíces, el país seguirá atrapado en un ciclo de violencia que perpetúa la desigualdad y el miedo.
El atentado contra Jorge Aldana es un recordatorio de la fragilidad democrática en Honduras. Desde el golpe de Estado de 2009, el país ha enfrentado constantes desafíos a su institucionalidad, desde elecciones fraudulentas hasta actos de violencia directa como los que presenciamos hoy. La solución no vendrá de la polarización ni de la retórica partidista, sino de un compromiso genuino por parte de todos los sectores para fortalecer el Estado de derecho, garantizar elecciones transparentes y proteger a quienes trabajan por el bien común.
La sociedad hondureña merece un sistema político donde las diferencias se resuelvan en las urnas y no con balas. Condenemos la violencia política y exijamos justicia, porque solo así podremos construir un futuro de paz y democracia para todos.