
Una nueva doctrina militar empieza a marcar distancia con el pasado oscuro de golpes, fraudes y represión. ¿Estamos ante un cambio real?
Una nueva doctrina militar empieza a marcar distancia con el pasado oscuro de golpes, fraudes y represión. ¿Estamos ante un cambio real?
Tegucigalpa, Honduras – Durante décadas, las Fuerzas Armadas de Honduras fueron vistas como un instrumento del poder político. No como una institución al servicio del pueblo, sino como una fuerza dispuesta a obedecer al gobierno de turno, incluso si eso significaba reprimir, manipular elecciones o romper el orden constitucional.
El golpe de Estado de 2009, las denuncias de complicidad con el narcotráfico durante el régimen de Juan Orlando Hernández, y la represión violenta tras el fraude electoral de 2017 son heridas abiertas en la memoria colectiva. Para muchos hondureños, la sola mención de los militares evoca miedo, traición y dolor.
El inicio de una transformación
Bajo el mando del jefe del Estado Mayor Conjunto, Roosevelt Hernández, las Fuerzas Armadas han adoptado una postura institucional distinta. Ya no se trata de imponerse sobre la voluntad popular, sino de protegerla. La lógica del poder ha sido reemplazada —en gran medida— por una lógica de obediencia a la Constitución.
Y aunque los titulares no siempre lo reflejan, estamos ante un punto de inflexión. Por primera vez en años, el silencio de los fusiles no nace del temor, sino del respeto. La subordinación al mando civil legítimo se ejerce sin buscar protagonismo, pero con firmeza frente a quienes intentan instrumentalizar nuevamente a las Fuerzas Armadas.
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Una nueva relación cívico-militar
Esta transformación también ha sido posible gracias a una decisión política clave: la no intervención del Ministerio de Defensa en las funciones operativas de las Fuerzas Armadas respecto al proceso electoral. La ministra de Defensa y actual candidata presidencial por el partido Libertad y Refundación, Rixi Moncada, ha sido clara en respetar los límites que impone el artículo 272 de la Constitución.
Esta disposición establece que, en periodo electoral, las Fuerzas Armadas deben ponerse al servicio del Consejo Nacional Electoral (CNE) para garantizar el libre sufragio. El respeto a este mandato constitucional ha sido, hasta ahora, total.
Y aunque el país atraviesa un clima político polarizado, la conducción militar ha evitado caer en provocaciones o disputas públicas. Roosevelt Hernández, pese a los ataques y rumores, ha mantenido una postura firme: no repetir los errores del pasado, ni permitir que los militares vuelvan a ser usados como herramienta política.
La manipulación mediática no tardó en llegar
Esta nueva actitud ha incomodado a quienes antes se beneficiaban del control militar. La reciente manipulación de Cossette López, presidenta del CNE, es un ejemplo.
En una reunión clave donde las Fuerzas Armadas iban a presentar su informe sobre las elecciones primarias, López acusó falsamente a Roosevelt Hernández de haber irrumpido con violencia. Aseguró que había gritos, empujones, incluso la supuesta desaparición de una grabación.
Pero el audio completo ya fue publicado. Y no hay ni una sola prueba que respalde su versión. Al contrario, el material demuestra que lo que se intentó fue abrir la sesión al público, en aras de la transparencia. Una propuesta que ella rechazó, suspendiendo la reunión sin justificación.
La maquinaria mediática afín al Partido Nacional no tardó en reaccionar. Convertir una discrepancia institucional en un caso de “violencia de género” fue su estrategia para desviar la atención del verdadero problema: la resistencia a la transparencia electoral.
Defender esta nueva actitud de las Fuerzas Armadas no es cuestión de simpatía personal. No se trata de idealizar a Roosevelt Hernández ni de olvidar que la institución tiene un pasado que debe seguir enfrentando.
Pero sí se trata de proteger una nueva forma de hacer las cosas, antes de que la vieja política logre volver a controlar lo que ya no debe ser controlable.
La democracia se construye desde la confianza, y esa confianza sólo es posible cuando los militares respetan las reglas del juego. Cuando dicen “no” al golpismo y “sí” a la ley, eso, en un país como Honduras, ya es una revolución.
La historia no cambia sola. Se cambia con actos. Y en este momento, el acto más importante es defender la autonomía institucional frente a la manipulación, el miedo y los intereses del pasado.
Porque si no defendemos lo que se ha ganado, volveremos a perderlo todo.