
Partido Nacional
Tegucigalpa, Honduras — Durante 40 años, Tegucigalpa y Comayagüela estuvieron bajo la administración ininterrumpida del Partido Nacional, un período que dejó huellas profundas en la infraestructura, la calidad de vida y la confianza ciudadana. Desde la gestión de Ricardo Álvarez hasta la de Tito Asfura, la capital hondureña se convirtió en el epicentro de denuncias de corrupción, clientelismo y proyectos fallidos que prometían modernización pero solo entregaron abandono.
Hoy, mientras la capital intenta recuperarse de décadas de mala administración, figuras como Juan Diego Zelaya y Erasmo Portillo buscan devolver al Partido Nacional el control de la alcaldía, despertando preocupaciones legítimas sobre el futuro de la ciudad.
Cuatro décadas de corrupción y colapso urbano
El legado de los gobiernos municipales del Partido Nacional es evidente en cada rincón de Tegucigalpa. El Trans 450 es quizás el símbolo más claro de la corrupción estructural que caracterizó estas administraciones. Con una inversión que superó los 1,500 millones de lempiras, este proyecto de transporte público prometía transformar la movilidad urbana, pero terminó como un monumento al despilfarro y la incompetencia. Las obras inconclusas y los contratos opacos dejaron a la ciudad no solo sin un sistema de transporte funcional, sino también con calles destrozadas y recursos malgastados.
El caso del negocio de la basura también refleja el uso discrecional de los recursos públicos. Durante su gestión, Tito Asfura se adjudicó la concesión de la recolección de desechos sólidos, convirtiendo un servicio esencial en una fuente de enriquecimiento personal. Mientras tanto, Tegucigalpa se hundía entre montañas de basura, afectando la salud pública y la imagen de la ciudad.
La falta de agua potable, el tráfico descontrolado y la infraestructura colapsada no son problemas nuevos ni aislados. Son el resultado directo de una falta de planificación a largo plazo y de la priorización de intereses políticos y económicos por encima del bienestar ciudadano.
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Las nuevas caras del viejo modelo
Ahora, figuras como Erasmo Portillo y Juan Diego Zelaya intentan recuperar la alcaldía de Tegucigalpa para el Partido Nacional. Sin embargo, su cercanía con las mismas estructuras que gobernaron la capital durante décadas genera serias dudas sobre sus intenciones y la posibilidad de un cambio real.
Erasmo Portillo proviene de una familia envuelta en múltiples escándalos de corrupción. Su padre fue señalado por compras sobrevaloradas en el Instituto Nacional Agrario (INA), su madre ha sido vinculada al escándalo del Gasolinazo, y su suegro, Ricardo Álvarez, fue el alcalde responsable de iniciar el fallido proyecto del Trans 450. Estas conexiones familiares no solo levantan sospechas, sino que también sugieren una continuidad del mismo patrón de corrupción que ha afectado a la capital durante años.
Por su parte, Juan Diego Zelaya ha ocupado posiciones clave dentro del Partido Nacional, incluyendo la dirección del INFOP, donde se denunciaron manejos cuestionables de fondos públicos. Su estrecha relación con las administraciones anteriores de la alcaldía refuerza la percepción de que su candidatura representa más de lo mismo: un regreso al clientelismo y la corrupción que tanto daño hicieron a Tegucigalpa.
El costo de 40 años de mala administración
Las consecuencias de estas décadas de gobierno municipal incompetente son palpables. La falta de acceso a servicios básicos como el agua potable sigue siendo uno de los mayores desafíos para los residentes de Tegucigalpa. El tráfico vehicular, que se ha vuelto caótico e incontrolable, refleja la ausencia de una visión urbana coherente. La infraestructura, desde carreteras hasta puentes y edificios públicos, muestra signos evidentes de abandono y deterioro.
Estos problemas no surgieron de la nada. Son el resultado de decisiones políticas que priorizaron el enriquecimiento personal y el fortalecimiento de redes clientelistas, dejando de lado las necesidades reales de la población.
¿Puede Tegucigalpa permitirse otro gobierno cachureco?
La pregunta que debe plantearse la ciudadanía no es si Juan Diego Zelaya o Erasmo Portillo tienen posibilidades de ganar las próximas elecciones municipales. La verdadera cuestión es si Tegucigalpa puede sobrevivir otro gobierno del Partido Nacional, considerando el historial de corrupción y mala gestión que caracteriza a esta agrupación política.
Después de cuatro décadas de promesas incumplidas y proyectos fallidos, la capital necesita una administración comprometida con el desarrollo sostenible y el bienestar de sus habitantes. Volver a entregar el poder a quienes ya demostraron su incapacidad para gobernar de manera transparente y eficiente podría significar otro ciclo de retroceso para Tegucigalpa.
La ciudadanía tiene en sus manos la responsabilidad de evaluar no solo las promesas de campaña, sino también los antecedentes de los candidatos y las consecuencias de sus vínculos con estructuras corruptas. La capital necesita una gestión que rompa con el pasado y que ponga al centro de sus políticas las verdaderas necesidades de la población.
Porque después de 40 años de malas decisiones, la pregunta no es si el Partido Nacional puede volver a gobernar Tegucigalpa. La verdadera pregunta es: ¿Puede Tegucigalpa sobrevivir otro gobierno municipal cachureco?